No ha sido ninguna sorpresa, no esperaba que sucediese, sólo llevaba un décimo y porque me lo han regalado. Nunca compro lotería por eso mismo, no toca. La probabilidad es tan pequeña que no merece la pena el gasto. De hecho, comparando con lo que se han gastado mis compañeros de trabajo, hasta he ganado unos cuantos cientos de euros que no he tirado a la basura. Si todos los que no hemos ganado ni un céntimo levantásemos la mano y expusiésemos las pérdidas generales lo mismo el año que viene algunas personas se lo tomarían de otra manera, aunque lo dudo.
Tampoco es que sea algo demasiado importante, porque no me ha tocado, evidentemente. Si me hubiesen caído esos cuatrocientos mil lereles ya verás tú cómo cambiaba mi perspectiva del asunto, pero no ha sido así. De todo lo que podría haber hecho en caso de salir triunfal de esta absurda batalla, nada se materializará y me siento lechera por si quiera haberlo pensado. Me he generado yo solito unas expectativas totalmente desajustadas con la realidad de los números y la probabilidad. Siento como si alguien hubiese jugado con mis ilusiones. Un desastre, y mira que a mí esto me da igual, que me sé de gente que han estado toda la mañana pendientes de cómo iba el sorteo. Pero lo que no me quita nadie es el proyecto de este blog que llevo acariciando mucho tiempo y que quería que echase a andar antes que terminase el año.
El décimo fracasado
¿Cómo ha llegado la cosa al punto que algunas personas se ven obligadas a comprar décimos allá donde se les ofrecen o ven la oportunidad por el terror a que le toque a otro y haber dejado pasar el salto? Los conoces, ¿verdad?, es algo bastante compulsivo. No son pocos los que suman cientos de euros en lotería a los gastos que conlleva dejarse llevar por estos días de hiperconsumismo disfrazado de fiesta religiosa. Normal que los poderes económicos no quieran que nadie se quede sin su dosis de Navidad, sin pagarla me refiero. Todo ese dinero que cambia de manos terminará concentrándose en las de unos pocos, los de siempre y mientras tú te quedas en casa aislado decidiendo si ver o no el mensaje del Rey, como si te importase algo de lo que tenga que decir ese señor favorecido por la vida, todos mirarán tu cartera con ojos de deseo y lujuria eurística mal disimulada. Es el espíritu de estas fiestas, ¿no? Las mismas reflexiones todos los años y nada cambia, si acaso se cronifica y vuelve más eclerótico con cada repetición que parece negarse a ver su propio vacío por mucho que se le muestre en una espiral sin final, cada vez más prieta.