domingo, 20 de marzo de 2022

Tras un concierto de El Altar del Holocausto


Hace demasiado, otra vez, que no actualizo este blog. Es lo que hay, no voy a autoengañarme una vez más con buenos propósitos que dudo mucho que vaya a poder cumplir. Pero hoy quiero hablar del concierto que acabo de ver. ¿Por qué? ¿Yo que sé? Quizá porque hace mucho que no podemos ir a conciertos y volver a las salas es motivo de alegría, aunque hace un par de fines de semana estuve viendo a Hidden Forces Trio y no salí corriendo a escribir sobre ello. Supongo que la diferencia estriba en que el concierto de los forces me lo aguaron llamándome para ir a trabajar a la mañana siguiente mientras este he podido disfrutarlo en mi día libre, sin mirar el reloj y dejando que el curro sea algo lejano que ocurre en esa otra vida que no es la de verdad, la que importa. También hay una sútil diferencia: a este concierto he ido solo. Cosas de la vida, no he encontrado quien quisiese o pudiese venir conmigo. Esto hace que me haya quedado con las ganas de comentar el asunto, supongo. Como sea voy a perorar un rato sobre el bolo por si a alguien le interesa leerlo.

No es la primera vez que El Altar del Holocausto vienen a Sevilla pero sí que es la primera vez que yo puedo ir a verlos. Tenía referencias de ellos, sobre todo en lo tocante al plano visual de sus conciertos y eso me despertaba la curiosidad, pero ha sido mi primer acercamiento en sentido pleno pues tampoco los había escuchado nunca. Me sonaban campanas de que eran una banda instrumental y, por la estética, mi cerebro los asoció inmediatamente a algo en la onda de Orthodox o incluso PYLAR (lo que me recuerda que ya tengo su disco nuevo y que también quería hablar de eso). Craso error, eso me pasa por no informarme bien e ir a lo loco. Lo de esta gente es más un tema de postcosas de esas, que ahí me pierdo un poco, no es mi palo predilecto, la verdad. Aquí abajo dejo una foto, sí no hace falta que me diga nadie que soy un fotógrafo de mierda, soy plenamente consciente, para que se pueda ver un poco la puesta en escena de la banda y, lo mismo así, entender mi error. A mí que me perdone quien se ofenda pero esto lo primero que me trae a la cabeza es los primeros tiempos de los citados Orthodox, de cuando Gran Poder que salían al escenario vestidos de nazarenos con el capirote sin relleno y atado al cuello. Sea, no he encontrado lo que iba buscando. No pasa nada, yo soy un tío flexible en algunos aspectos y en tema música tengo la manga ancha.



El Altar del Holocausto en acción en la Sala X

El caso es que ahí estoy yo, tomando una cerveza y esperando a que empiece el asunto. De vuelta a la Sala X deseando que una tormenta de decibelios me pegue una patada en el pecho después de mucho tiempo, demasiado. Y lo conseguí. El Altar del Holocausto suenan de miedo, precisos, contundentes, una máquina perfectamente engrasada que como un reloj atómico te zarandea con cada nota que tocan. ¡Misión cumplida! ¡Cómo echaba de menos un poquito de traca, coño!

La primera impresión ha sido un poco maligna, claro, aquello no era lo que yo me esperaba para nada. Tiene un toque doom, sin lugar a dudas, pero en general se aleja bastante de lo que yo estaba esperando y al principio eso me ha descolocado. Ya digo que no soy yo muy experto en estas músicas así que me faltan referentes pero si tuviera que asociarlos a algo que conozco me han recordado a Toundra aunque más leñeros, una propuesta más compacta y definida. De hecho me han gustado bastante más que Toundra tanto en lo musical como en lo relativo a puesta en escena y no sólo por los disfraces de monjes y esa parafernalia, si no por la forma de relacionarse con el público y metérselo en el bolsillo. Han puesto la sala patas arriba sin un cantante que haga de frontman, todo un logro. Una sala que además estaba bastante llena considerando que era domingo a las 19h y además llovía. Se conoce que la gente ya sabía a lo que iba y que el asunto merecía la pena.

Total que al principio me he quedado un poco fuera de lugar con la propuesta que me ha sorprendido. Luego, defectos del músico, me he dedicado a analizar todo en plan disección. Que si el equipo, los patrones armónicos, la interacción del bajo y la batería con las melodías (mi yo bajista, hiperbólico y presa perpetua del horror vacui, se ponía de los nervios viendo como el compañero se limitaba a líneas sencillas y contundentes pensando en cuantos ataques de ansiedad me podrían dar a mí me entre nota y nota tocando eso mismo, pero resultaba verdaderamente eficiente y ajustado a la música), ese tipo de mamarrachadas que uno no puede evitar y que luego a nadie más le interesan. El veredicto es que todo estaba muy bien equilibrado, en su sitio, sonando de miedo y que aquello me estaba gustando.


El botín de guerra. Lástima de que no tuviesen más referencias en vinilo.

Entonces llegó el silencio. Un silencio absoluto, no un corte y vuelvo a empezar al momento. Lo paran todo y se recrean en el silencio obligando, sin hacer nada más que eso, a una sala llena de gente a hacer lo propio. ¡Lo petan los monjes estos! ¡Qué artistas! Me encanta ese efecto, esta gente tiene que tener un sentido del humor un pelín retorcido, seguro, son de los míos. O lo mismo no, pero es la sensación que me ha dado. Ese silencio que parecía no terminar nunca, un desafío al público para que bailen al son que ellos marcan. Finalmente el batería lanza un grito de guerra y vuelven a tronar. La sala enloquece. ¡Bien hecho! A partir de aquí el concierto es un crescendo y ya me tienen convencido de que me gusta lo que estoy presenciando. Está siendo una gran alternativa para una tarde de domingo lluvioso.

La música de El Altar del Holocausto es un juego entre melodías sencillas, cargadas con un hálito de nostalgia, su dosis justa de reverb y delay, que oscilan entre lo precioso y lo estridente, donde el metal se da la mano con arpegios y momentos de calma. Algo así son las postcosas, ¿no? Un vaivén donde la intensidad y la fuerza emocional del tema va girando. O lo mismo me equivoco, pero así me ha sonado a mí y me suena ahora mientras escribo degustando la mandanga que he traído para casa a modo de botín de guerra. El concierto sigue avanzado y repiten el número del silencio. Luego el guitarrista que se pone en medio del escenario, más menudo que los otros dos que parecen torres a su lado, y que no ha parado de moverse, como un rabo de lagartija recién cortado, durante todo el concierto, salta al público, abre un hueco a su alrededor y, con la connivencia de sus compañeros, la lía parda en el pogo con todo el que se presta, y son muchos los que le siguen. Los salmatinos se han metido a todo el mundo en el bolsillo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

Lecter dándole el visto bueno al vinilo que es de colorinchis como mandan los nuevos cánones, aunque a mí cada vez me gustan más negros que es como han sido toda la vida. Me estoy enranciando con los años, lo sé.


La cosa va de miedo pero llega el momento de terminar. Un bis que me parece entender que es de Trinidad, su último disco hasta la fecha (único que he podido echarle la zarpa en vinilo) y todo el mundo a casa contento. Ha estado muy bien el concierto. Aunque al principio me ha costado entrar por esperar otra cosa, mea culpa que no leí las instrucciones lo sé, una vez cogido el tono ha sido muy satisfactoria la experiencia. No debo ser el único que ha quedado contento, a juzgar por las reacciones de la gente durante el concierto es evidente que han disfrutado, pero es que, además, cuando me acerco a la mesa del merchandising para hacerme con algún disco de la banda me encuentro que hay cola de gente queriendo comprar cosas. Eso no sucede tan a menudo, o por lo menos no en mis conciertos, será que estamos haciendo algo mal o que nuestro público, más punk está más tieso, o yo qué sé, habrá que darle una vuelta. Lo que sí que me llama la atención es que la gente tiende más a comprar camisetas que discos. No lo entiendo. Me hubiese traído una camiseta también, son muy molonas, pero el dinero es limitado y prefiero comprar la música, cada uno actúe como le de la gana, sin dudas, aunque a mí me viene a la cabeza esa sentencia inmortal del Makinavaja: en un mundo podrío y sin ética, sólo nos queda la estética.


Y eso es todo lo que quería comentar del concierto. Gracias por tu atención y por leer hasta aquí. Me gustaría poder decirte, sin miedo a mentir, que volveremos a vernos pronto por aquí.

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